viernes, 24 de noviembre de 2006

Cómo ser estudiante, hacer tu propia comida y no morir en el intento: Capítulo 1: Hoy comemos Albóndigas con Tomate

Queridos compañeros,
¿A cuántos de vosotros se os ha puesto alguna vez cara de macarrón por la pobre variedad de vuestra dieta, o mejor dicho, de vuestras opciones a la hora de cocinar? Si es que ya lo decía aquél, los pisos de estudiantes son el dramático principio de la inestabilidad nutricional de tantos jóvenes... Bueno, pues vamos a poner remedio a esta crisis, amigos.

No se trata de convertirse en un Arguiñano, un Subijana, un Berasategui o un Adriá, pero sí de que por lo menos una o dos veces por semana podamos sentarnos a la mesa con la satisfacción de saber que ya somos un poco más independientes, que podemos sobrevivir sin los cociditos de la amatxo.

Bien, pues hoy comenzamos con algo fácil: Albóndigas con tomate. Muchos llegamos a pensar que esto de las albóndigas era algo como la cadera de ternera, sí, una parte de la vaca, el buey o el cerdo. Sí, sí, algunos hasta podíamos llegar a pensar que se trataba de una parte del animal en cuestión que venía con el tomate y todo. Pues queridos amigos, siento comunicar en este inusualmente cálido mes de noviembre de 2006 que el mito de la albóndiga es eso, un mito. Hay que hacerlas una por una. Pero no os asustéis, es muy sencillo.

Empecemos por los ingredientes (pongamos medidas para dos personas, así, si nos salen bien las pelotillas, hasta fardamos y todo):


-400 grs de carne picada (mezcla de cerdo y vacuno)
-1/4 cebolla
-2 dientes de ajo
-perejil
-1 huevo (Nota para los despistados: mejor que sea de gallina)
-pan rallado
-harina
-sal y pimienta
-aceite de oliva
-tomate natural triturado
-1/2 pimiento verde
-2 ó 3 pimientos rojos (piquillos)

Muy importante: primer paso, nos lavamos las manos. Una vez limpitos y todo, ponemos la carne en un bol, bowl o cuenco para evitar el anglicismo y para manipular los alimentos más cómodamente. Picamos la cebolla, el ajo y el perejil muy menudo y lo mezclamos y amasamos todo bien con los deditos. Echamos sin hache una cucharada sopera, de sopa, de pan rallado en nuestra preparación y seguidamente añadimos el huevo. Lo mezclamos todo bien, bien, bien, bien. Salpimentamos (es decir, añadimos sal y pimienta) al gusto (o sea, que te gusta muy salado, más sal, que te gusta más picantillo, más pimienta).

El siguiente paso no es un paso per se. Me explico. La movida es que para que la mezcla esté en su punto para elaborar las bolillas es conveniente dejarla en el frigorífico durante un mínimo de 12 horas; así que lo que vamos a hacer es lo siguiente: vamos a dejar la masa preparada para hacer las albóndiguillas el día siguiente. Vamos a cambiarnos el reloj de muñeca, o en su defecto, enlazazarnos uno de nuestros deditos, uno de los que seguro nos hemos lavado antes de todo este proceso, con 5 centímetros de cordel rojo. Todo esto ¿para qué? Bueno, pues para que mañana nos acordemos de que tenemos un bol, bowl o cuenco lleno de carne que NO, repito, NO se nos puede poner malo.

¿Recordáis, queridos compañeros, cuando os sacábais los moquillos en clase y los redondeábais con esmero para posteriormente pegarlos debajo del pupitre? Bien, pues el arte de hacer albóndigas consiste en lo mismo, pero a lo bestia. No quiero decir que... bueno, espero que hayáis entendido el símil. Intentad hacer las bolas de un tamaño parecido, para que además de sabroso os salga un plato atractivo. Utilizad la harina para rebozar la carne y que luego no se os desaga en la sartén.

Una vez confeccionadas las 'meatballs' (como ya no encuentro más sinónimos, tiro del inglés, ¿os parece?) las freimos en abundante aceite de oliva sin que se nos quemen. Las vamos retirando en un plato con papel absorbente de absorción de los que absorben para que absorba el aceite sobrante.

Sofreímos en una cazuela baja un diente de ajo y medio pimiento verde picaditos y echamos el tomate. Dejamos que se haga bien y añadimos los piquillos y, al ratillo, las bolillas. Que se vaya haciendo todo poco a poco durante unos 10 minutos a fuego lento... et voilá! Ya tenéis vuestras primeras albóndigas con tomate sin que hayáis necesitado utilizar un abrelatas.


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