Desde que Hollywood es Hollywood, la humanidad (sólo la del primer mundo, no nos vayamos a confundir) ha asistido al gran espectáculo del séptimo arte con el ferviente deseo de hallar en él a sus representantes más fidelignos pero con la clara intención de encontrar a dispares engendros o becerros de oro que en nada se parezcan a la imagen de uno reflejada en el espejo del baño a cualquier hora del día. De este deseo -hay quien lo llama necesidad- de mirar hacia arriba con la boca abierta y la baba colgando y también, por qué no decirlo, del cogote de un fulano llamado Nietzsche emergen la siluetas del superhombre y la supermujer. Pero señores, seamos correctos, no sé si políticamente (que a la gente le gusta mucho ahora) o no, y llamemos a las cosas por su nombre: hoy el superhombre y la supermujer mergen en un ser llamado Diva.
Así,
Diva es el término que debemos utilizar cuando adoramos a un ser que desde su pedestal, convencido y convincente de su superioridad, es adorado por los borregos piltrafillas de su sociedad, es decir, el resto del mundo. Ya nos lo contaba
Dana International en su temazo (ejem) eurovisivo, "Viva la diva, viva victoria, Afrodita, Cleopatra y bla, bla..." Intenso ¿verdad? Pues para el
ESC lo fue. En cualquier caso, equivocados estarán aquellos que piensen que
Diva es un vocablo declinable en género y número. Lo es solamente en número, y lo siento por estos
cuatro chicos que cantan tan bien, pero, sin ánimo de ofender, ellos también son divas. Una masculinización del morfema decolora dramáticamente el sentido último del sustantivo.
Una vez aclarado esto, veamos cómo hoy, afortunadamente, podemos contemplar varios tipos de diva en la gran pantalla ofrecidos por los jefes del barrio de Los Angeles. En las últimas semanas han ido llegando a esta orilla del Atlántico varias producciones
jolibudienses (lo siento, no he podido resistirme a transcribir nuestra exquisita pronunciación de la palabrilla) de entre las cuales he seleccionado a tres divas que componen el eje de mi humilde crítica cinematográfica. Mi propuesta es la siguiente:
Por si alguno todavía no les ha reconocido, mis tres divas de hoy son: Anne Hathaway, como la dulce Andrea o Andy en
El Diablo se Viste de Prada, Daniel Craig, como el implacable James Bond en
007 Casino Royale y Abigail Breslin, como la pequeña Olive en
Little Miss Sunshine .
Sinceramente, no sé por dónde empezar, y eso que tengo bien claro con cuál de las tres me voy a quedar al final. Comprendo que muchas y muchos han gozado con la imagen del cuerpo duro y abultado de un 007 que en esta nueva entrega es más diva que nunca. Pero me gustaría saber qué opinaría el señor
Fleming al ver a su criaturita salir del agua medio desnudo y todo "marconi", sin apenas espacio para esconder el ajuar básico de cualquier superagente secreto, no sé, lo típico: un microdetonador atómico, un intercomunicador bifásico o un zapatófono de serie. Cierto es que
Sean Connery ya lució palmito hace unos 800 años, lo cual está muy bien, pero, señores, el amigo Craig protagoniza toda una
stravaganza de adoración masculina. Es que me lo estoy imaginando cual
Bea Pinzón, escribiendo en un blog, pero que en su caso esté titulado
"Diario de un Macizorro".
Echo de menos las sutilezas de anteriores entregas del superagente en las que se prestaba algo de atención también a los artilugios de batalla o las inocentes e ingénuas miradas de Moneypenney... Pues no, hoy la reina de la fiesta es Jaime. De hecho es tan reina que no hay quien se crea la parte emocional que se pretende exportar al espectador al final de la cinta. Pero tampoco me voy a ensañar con esta pequeña superproducción, al fin y al cabo la peli no combina mal con una normal de palomitas y una coca-cola mediana.
Y puestos a ser incrédulos, ¿cómo es posible que alguien pretenda hacernos creer que a un bellezón como Anne Hathaway se le puede hacer un
make over? Lo del
make over, que queda muy
cool decirlo en inglés, está tan de moda, oye... consiste en coger a un cardo de
personilla y transformar su aspecto de manera que acabe pareciendo toda una diva. Así pues, Andy (Anne Hathaway) entra en escena vistiendo un espantoso suéter azul y otras prendas horribles que le quedan simplemente genial. La chica está tan de buen ver que quien quiera ridiculizarla utilizando el estilismo iniciará una misión imposible. De hecho, en seguida Andy empieza a forrarse de Dolce&Gabbanna, Gucci, Prada, Armani et alter, y el cambio de Cenicienta a Princesa es mínimo. Vamos, que a esta chica le pones una lechuga en la cabeza y ves un aspecto asilvestrado de la belleza femenina.
Indudablemente, a nivel estético hay un claro duelo de divas entre la Hathaway y Meryl Streep, escogidas por los creadores del film que intentan compensar un facilón argumento con el peso interpretativo de estas dos señoras. Sobra decir que al compartir cartel con Meryl Streep, Anne Hathaway está un tanto eclipsada, sin embargo, su mirada y su perfecta sonrisa (¿a alguien le lecuerda a la de Julia Roberts?) logran mantener a la diva que lleva dentro. A ver si nos sorprende en el futuro.
Olive. Sé que muchos no entenderán mi decisión, pero yo me quedo con Olive, ese ser totalmente inconsciente de todo lo que ocurre a su alrededor en la
Road Trip Comedy de los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris.
En un mundo en el que todo se rige por la ley del más fuerte, más guapo y más inteligente, esta película llega para desmontar la cultura del vencedor y aplicar una dulce redención a los perdedores. No es un premio de consolación. Es la corona de la reina del baile, la banda de
miss, la medalla de oro, el cheque del cliente un millón, los laureles dorados, el número uno de los 40, y todo para ellos, para los que siempre pierden.
Olive no vive en el País de Nunca Jamás, sino en el de la Puta Babia, y a la cría se la ve encantada, oye. ¿Cuántos de nosotros hemos deseado alguna vez apartarnos por un momento de la realidad y hacer como si la historia no fuese con nosotros? Ella lo hace, y al hacerlo se convierte en la cura para el fracasado de su padre, la histérica de su madre, el agilipollado de su hermano, el suicida de su tío y el moribundo de su abuelo.
Todos somos Olive, o lo hemos sido alguna vez. Y como yo nunca seré el implacable, duro y abultado Bond, ni mucho menos la dulce Andrea, me quedo con la pequeña diva de cuento surrealista. Me quedo con Olive.