Por alguna razón que todavía hoy desconozco, pero con la mejor de las intenciones, hace xf$%&! años mis aitas decidieron enviarme a estudiar a un colegio religioso. No les culpo por ello. Supongo que es lo que se llevaba entonces y, además, eso de las ikastolas parecía que no estaba del todo claro.
Sin entrar a deliberar si la educación recibida era de calidad o no, o si la disciplina repartida a hostias era más o menos apropiada, me gustaría rescatar un aspecto del recuerdo de aquellos años de feliz colegial marista: el religioso.
Recuerdo varios de mis libros de religión. En todos ellos ponía en la portada algo como Manual de Religión Católica y Romana. Esto es algo que sinceramente nunca entendí -bueno, en realidad hay tantas cosas que nunca llegué a entender... Me refiero a lo de Romana. Lo que ocurre es que a mí me decían que yo era cristiano, católico y romano, pero luego llegaba Semana Santa, veía Ben-Hur, Quo Vadis y todas estas, y me hacía cruces intentando encontrar parecidos entre Charlton Heston con sus falditas y sus sandalias y yo con mi chándal y mis Le Coq Sportif.
Bueno, el caso es que al final uno se tenía que aprender los Diez Mandamientos, los Siete Pecados Capitales, las Tres Virtudes Teologales, las Bienaventuranzas, el Credo, quién besó a Jesucristo en el monte de los Olivos, cuántas veces se cayó al subir al Calvario, etc. Apasionante, si no fuese por la mala educación de quien nos instaba a aprender todo esto.
Parece que ahora nos aproximamos a un modelo de educación religiosa libre, relajada y objetiva. No soy un experto en el tema, y reconozco la dificultad del asunto y la valentía con la que quien sostiene las competencias en educación se ha enfrentado a los abotonados señores de morado para lograr un modelo educativo-religioso apropiado y coherente con la realidad social y étnica de nuestros tiempos.
Como he dicho, no soy un experto en el tema, así que no iré más allá. Sencillamente, me he lanzado a este escabroso lugar común de la religión porque hace un par de horas he sentido una necesidad imperiosa de creer en todo aquello que los hermanos Maristas intentaron que me tragase: que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un todo, la Santísima Trinidad que nos guía en nuestro caminar, que, por lo tanto, todos somos hermanos, que existe un cielo para los buenos y un infierno para los malos, que solamente hay un único modelo de familia, que los condones no hacen más que obstaculizar la correcta evolución de ese modelo, y así.
Esa necesidad de Fe la ha provocado la noticia de la muerte de Augusto Pinochet. Hoy quiero creer que existe un Dios. Quiero creer que existe un Cielo. Y, sobre todo, quiero creer que existe un Infierno; un Infierno donde los gritos de dolor de Pinochet se estén oyendo por todos los rincones, donde las llamas le estén arrancando la piel eternamente. Quiero creer en Belcebú y en que mientras yo compongo este texto él esté torturando a quien fue torturador y asesino de tantos, cuyas almas espero que a partir de hoy descansen en paz.

Sin entrar a deliberar si la educación recibida era de calidad o no, o si la disciplina repartida a hostias era más o menos apropiada, me gustaría rescatar un aspecto del recuerdo de aquellos años de feliz colegial marista: el religioso.
Recuerdo varios de mis libros de religión. En todos ellos ponía en la portada algo como Manual de Religión Católica y Romana. Esto es algo que sinceramente nunca entendí -bueno, en realidad hay tantas cosas que nunca llegué a entender... Me refiero a lo de Romana. Lo que ocurre es que a mí me decían que yo era cristiano, católico y romano, pero luego llegaba Semana Santa, veía Ben-Hur, Quo Vadis y todas estas, y me hacía cruces intentando encontrar parecidos entre Charlton Heston con sus falditas y sus sandalias y yo con mi chándal y mis Le Coq Sportif.
Bueno, el caso es que al final uno se tenía que aprender los Diez Mandamientos, los Siete Pecados Capitales, las Tres Virtudes Teologales, las Bienaventuranzas, el Credo, quién besó a Jesucristo en el monte de los Olivos, cuántas veces se cayó al subir al Calvario, etc. Apasionante, si no fuese por la mala educación de quien nos instaba a aprender todo esto.
Parece que ahora nos aproximamos a un modelo de educación religiosa libre, relajada y objetiva. No soy un experto en el tema, y reconozco la dificultad del asunto y la valentía con la que quien sostiene las competencias en educación se ha enfrentado a los abotonados señores de morado para lograr un modelo educativo-religioso apropiado y coherente con la realidad social y étnica de nuestros tiempos.
Como he dicho, no soy un experto en el tema, así que no iré más allá. Sencillamente, me he lanzado a este escabroso lugar común de la religión porque hace un par de horas he sentido una necesidad imperiosa de creer en todo aquello que los hermanos Maristas intentaron que me tragase: que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un todo, la Santísima Trinidad que nos guía en nuestro caminar, que, por lo tanto, todos somos hermanos, que existe un cielo para los buenos y un infierno para los malos, que solamente hay un único modelo de familia, que los condones no hacen más que obstaculizar la correcta evolución de ese modelo, y así.
Esa necesidad de Fe la ha provocado la noticia de la muerte de Augusto Pinochet. Hoy quiero creer que existe un Dios. Quiero creer que existe un Cielo. Y, sobre todo, quiero creer que existe un Infierno; un Infierno donde los gritos de dolor de Pinochet se estén oyendo por todos los rincones, donde las llamas le estén arrancando la piel eternamente. Quiero creer en Belcebú y en que mientras yo compongo este texto él esté torturando a quien fue torturador y asesino de tantos, cuyas almas espero que a partir de hoy descansen en paz.
¡Arde Pinochet!

6 comentarios:
Pero que sería de nosotros sin aquellos momentazos locos con los curitas y las monjas en el cole... Yo estudié primero en las dominicas y luego con los paúles, y en Paúles yo me he descojonado un día sí y el otro también.
Esos curas locos...!
aupa Iñaki. recuerdos de Sara.
he leído sólo el último párrafo de esta entrada. bravo tío porque no te cortas, has soltado un juicio crudo. y yo que pensaba que en mi blog igual me paso... de todas formas, creyentes o no, no dejemos los ajustes de cuentas para el misterio que sucede al deceso. a Pinochet le llegó la muerte antes que su hora
he leído el resto de la entrada. me solidarizo contigo, aunke creo (o espero) ke mi paso por jesuítas no me marcó tanto por la parte confesional. ahora entiendo mejor ese último párrafo deseando el fuego eterno a Pinochet, que tiene más de católico que de cristiano
Iñaki, un tema en el ke he pensado para mi blog, pero del ke aún no he puesto nada:
Pinochet fue un líder de criminales (en mi blog recuerdo ke kedan muchos sueltos en Chile), pero,
¿ké opinas del ahorcamiento de Sadam, innegable genocida? Estoy contra la pena de muerte, pero no deja de sorprenderme que tanta gente se haya escandalizado por la ejecución de semejante monstruo en un país no europeo, sin presentir como yo la cantidad de víctimas inocentes que causará la represalia suní entre la comunidad chií, anticipación que es lo que de verdad me duele.
Un saludo
Escabroso tema, Unai. El ahorcamiento de Sadam ya ha causado reacciones de todo tipo. Que va a haber represalias suníes contra la comunidad chií es algo imparable. Pero, sinceramente, no creo que la ejecución de Sadam haya significado tal inflexión en el proceso bélico de Iraq. Con dictador o sin él, este país está condenado a años de caos humanitario. Sadam sólo era la punta del iceberg. Ha muerto (al igual que Pinochet) con causas pendientes, y sólo por eso no comulgo con su ejecución. Espero que todos los asesinos y torturadores envueltos en cualquier bandera paguen por sus delitos; no sé si es con su vida con lo que tienen que pagar, pero que paguen.
Haces bien en recordar, en relación con Sadam, que quedaba pendiente el proceso por el genocidio de unos 180.000 kurdos entre el 87 y el 88, si no me falla la memoria en cuanto a estas cifras. Con armas químicas aportadas por Estados Unidos, por cierto.
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